Era la tumba de Joselillo, Si en aquel mediodìa decembrino no supe a ciencia cierta por què habìa visitado la tumba de Joselillo, hoy sì lo puedo explicar. Porque aquel comentario (serìa magnìfico que alguien, tù por ejemplo… habìa renacido mi viejo inerès por escribir la biografìa de Laurentino Josè Lòpez Rodrìguez. El deseo de visitar la tumba aunque inconsciente en esos momentos, era acudir al sitio final de la vida y principio de la leyenda de Joselillo. Y paso a explicar por què: De todas las figuras que han practicado ese juego tan serio, tan tràgico y tan màgico, tan de hombres, que es el toreo, pocas, muy pocas, me han interesado tanto como la de aquel muchacho rubio y espigado, que esa frìa y lluviosa tarde del mes de agosto de 1946, se presentara en la plaza Mèxico causando una conmociòn jamàs vuelta a ocurrir en la historia del coso y al que los intereses taurinos, aunados a una errònea administraciòn y aun a los conflictos polìticos de la època, lo precipitaron a la muerte cuando volaba a ser un autèntico genio de la Tauromaquia. Es cierto. Por razones de edad, no alcance a ver torear a Joselillo. Mas por testimonios de mis mayores: vecinos de las calles del centro de la ciudad (escenario de mi infancia y de las andanzas extrataurinas del sensacional novillero) y con el tiempo, de lecturas de crònicas de la època, sumados a relatos de viva voz de quienes lo conocieron o alternaron con èl en un ruedo, supe de sus hazañas frente a los toros y de ese su estilo tan personal que de haber tenido tiempo, no sòlo habrìa dejado la profunda huella que dejò sino, incluso, lo habrìan convertido en un autèntico revolucionario en el noble arte de lidiar reses bravas. Sin embargo esa informaciòn, escrita y testimonial, de sus hazañas taurinas fue tambièn aparejada de datos inexactos generalmente manejados y dados por ciertos por publicaciones que aùn en estos dìas, y por desgracia en forma breve y ocasional, se ocupan de Joselillo. Su verdadero nombre, para empezar. De ahì, en parte, la necesidad de escribir esta obra. La otra necesidad, mayor si cabe, es que la figura de Joselillo, aun alejada del entorno taurino, reviste atractivos difìciles de igualar: si como torero, los españoles lo vieron como suyo por haber nacido en España, igual ocurriò con los mexicanos toda vez que fue en Mèxico donde iniciò y culminò su carrera en los ruedos. Su historia personal es similar a la de tantos españoles llegados hace sesenta años a tierras mexicanas: habiendo llegado de niño a hacerle compañía al hermano mayor, y posteriormente a trabajar en la tienda de abarrotes, se convirtiò en un ìdolo taurino. ¡El, que en su pluebecito leonès natal, jamàs habìa visto una corrida de toros! La frase que me dijera su propio hermano, al anunciarle mi propòsito de escribir la vida de Laurentino, reune el dramatismo de la situaciòn: "Me entregaron a un pequeño para educarlo y hacer de èl un hombre sencillo y trabajador. A cambio, mandè a Nocedo un capote de paseo como testimonio del paso por Mèxico - y por esta vida - de mi pobre hermano…" No es eso todo: Joselillo fue tambièn producto fiel de la època que le tocò vivir. Pararrayos de cuestiones polìticas, fue de algùn modo vìctima de la animadversiòn de los entonces llamados viejos residentes españoles contra aquellos compatriotas suyos que huyendo del franquismo, habìan llegado a Mèxico en busca de asilo. Y Laurentino - Joselillo -habiendo tenido, tal y como escribì, como escenario las calles del centro de la ciudad de Mèxico, lugar tambièn de vivienda y andanzas de republicanos, y contando entre sus partidarios y amigos ìntimos a trasterrados, se vio inmerso, con razòn o sin ella, en el conflicto. Algunos de sus compañeros de profesiòn, por otro lado, celosos de sus triunfos y llevados de un chauvinismo absurdo, le pusieron una y mil zancadillas bajo el peregrino - e hipòcrita - pretexto de su origen español. De ahì a mandarle reventadores a la plaza con el fin de insultarle; de exigirle cual figura del toreo (¡cuando apenas tenìa toreadas dieciseis novilladas con ganado de casta!); y finalmente, a obligarle a quedarse quieto y llevarse la cornada mortal, no mediò màs que un paso. Pero Laurentino - Joselillo - està màs vivo que nunca. Si en vida supo imponerse por igual a toros que a detractores, hurgando en las viejas crònicas se encuentra que el toreo contemporàneo tiene mucho del estilo de aquel novillero… Tan està vivo, que hoy, no obstante los años transcurridos de la tarde fatal aquella, cuando el pitòn homicida de "Ovaciones" terminò con su vida,respetables aficionados como son los miembros de la Porra Libre año con año entregan el triunfador de la temporada de novilladas el trofeo Joselillo, como sìmbolo de la entrega y pundonor que debe tener todo novillero que se respete y de paso, como homenaje permanente a aquel chico español que llegò a Mèxico siendo niño y aquì se hizo hombre y torero. Por todo esto, ya avanzado el libro, volvì a la tumba de Joselillo. Y tornè a encontrarme lo mismo con el añoso trueno que con la imagen de la Virgen de Guadalupe difìcilmente reconocible. Con los jarrones semidestruìdos, otra vez con flores frescas - señal inequìvoca de visita reciente - y con el epitafio sobre la tumba todavìa legible con claridad. Sòlo que ahora sì sabìa exactamente a diferencia de aquella frìa mañana decembrina de 1991, por què volvìa a visitarla: porque debìa gritar a los cuatro vientos quièn habìa sido, como hombre y como torero, aquel Joselillo siempre tan recordado.
fragmenbto del libro Vida y tragedia de una Leyenda Josè Ramòn Garmabella
lunes, 14 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario